Sucedió en una charla de Lorenzo Caprile, que además de asuntos de moda, aborda con maestría interesantes capítulos de la historia de Madrid y del resto del ancho mundo. El origen de la mayoría de las tendencias que conviven con nosotros responde o bien a tradiciones que se han continuado o que sencillamente se han roto. Rebobinar la cinta de la historia y ver la película desde el principio nos ayuda no sólo a disfrutarla más, sino a entender que no somos tan distintos de nuestros antepasados.
En estos tiempos en «clave de RE» (REinterpretarse, REinventarse, REciclarse, REvival) nos hemos habituado a hacer de lo cotidiano lo más extraordinario. Así, ha tomado forma una nueva élite de personalidades con las que nos sentimos orgullosos de compartir boutique o gustos musicales. Pero, ¿Qué tienen en común?
La respuesta es «Eso». Sí, precisamente «Eso”, que son «It Girls». Significa que tienen «ese algo» indefinido que sirve precisamente para definirlas, ya sea su buen gusto para vestir o su capacidad de convertir en imprescindible una prenda que tú habrías descartado. Pero ¿De qué va realmente este asunto? Pues va del visceral deseo de pertenencia, va de un negocio estupendo y muy lícito para las marcas de moda y sobre todo de idealización; amar algo solo porque es bello, aunque no siempre sea real. Sin detenerme a analizar a las actuales «It Girls”, os invito a encontrarnos con sus antepasadas. No me refiero a la abuela de Olivia Palermo, ni a la tátara de Alexa Chung o de la emergente Sofía Sánchez Barrenechea, nos vamos más lejos. Primera parada, la Francia prerrevolucionaria. Tranquilos…terminaremos este viaje con la cabeza sobre el cuello.
Tuvo que despojarse de Austria, como quien deja sobre el suelo su vestido, para convertirse, primero en Delfina y luego en Reina de todos los franceses junto a Luis XVI, el último rey absolutista antes de la revolución. No tardó la joven extranjera, que llegó con intención de convertirse en dulce esposa y madre, en ganarse la antipatía del pueblo, que vio en ella una mujer frívola y manirrota, ganándose, entre otros, el nada cariñoso apelativo de «Madame Déficit». Es comprensible la ira de aquel pueblo extenuados por duros impuestos para costear las guerras contra Inglaterra y hastiado de los privilegios de una monarquía absurda, rodeada de una corte de intrigantes y cotillas. Pero María Antonieta, no fue el principal motivo de sus males, sino una pieza más de aquel orden desfasado, una niña caprichosa, prisionera de su destino.
Si bien su pasión por los tejidos, los abalorios, las joyas y los pasteles eran propias de su condición, la «desgana» de su marido en dar herederos a Francia la hicieron caer en la peor trampa que acechaba Versalles; el aburrimiento. Decepcionada por una existencia disparatadamente ceremoniosa y expuesta en todo momento a los cortesanos, la moda y sobre todo los contrastes llenaron los eternos espacios de la vida en palacio.
Ella marcó el ritmo en Versalles, dónde la ambición de toda dama era impresionar con su vestido. Un baile cuya deslumbrante cadencia describe de forma rompedora Sofía Coppola en su película. Desde los tiempos de Luis XV, la etiqueta imperante en Versalles impedía utilizar un vestido en más de una ocasión, o en caso de querer repetir, debía introducirse en la prenda alguna modificación. Las faldas llegaron a dimensiones desorbitantes gracias al “panier” que desplazaba el volumen a las caderas dando la ilusión óptica de finísimas cinturas y rebosantes bustos, dentro, sólo ellas sabrán la tortura que suponía llevar corsé.
María Antonieta y su gusto al elegir su guardarropa eran tema de conversación en palacio y en las cortes extranjeras. Su devoción por los zapatos ricamente adornados, complemento que hasta entonces pasaba más desapercibido, causó furor entre las contemporáneas de su círculo imperial. Si ahora los “hipsters”, con su reivindicación de las costumbres tradicionales como tejer, montar en bicicleta y remangarse los pantalones asaltan las calles y la red, esta niña austríaca puso de moda el gusto por la vida distendida en el campo en contraposición con la pomposidad de la corte: «Quiero vestidos menos complicados para pasear por el jardín» -dijo su alteza- Y sus deseos fueron cumplidos.
Su retiro palaciego, granja incluida, bellísima de visitar, supuso para ella un soplo de aire fresco desde el que, sin darse cuenta, seguía marcando tendencia. ¿O es que se había visto antes a una reina recoger flores con un cesto o huevos de un corral? Eso sí, todos los accesorios de la granja eran de refinado lujo, ella jugaba a ser campesina, mientras en París se fraguaba el resto de su historia. Se hace extraño recorrer Versalles, donde hoy reina la tranquilidad, e imaginar aquellos grupos de cortesanos revoloteando como mariposas en torno a Antonieta, para el visitante moderno, los joyeros de la reina bien podría pasar por baúles por lo increíble de su tamaño. No, ella no habría podido llegar a París en Iberia Express y en Ryanair ni te cuento…
Pero hablar de Maria Antonieta es una fiesta del cabello. Sus pelucas de hasta un metro peinadas por Léonard causaron auténticos delirios: Pájaros, plumas, y hasta con un barco de vela sobre su inquieta cabeza para celebrar una victoria naval. Son las famosas «pouf”. Si esto no es «It» …entonces yo digo ¡Pardiez! ¿Qué lo será?
Abandonamos el siglo XVIII sin mirar el triste final de nuestra primera Trendsetter, que por cierto, no huyó de Versalles como el resto de la nobleza y dio la cara ante la revolución. Sin movernos de París llegamos a la época del II Imperio. Una refinada granadina, hija de un culto afrancesado, se convierte por matrimonio en emperatriz. Se trate de Eugenia de Montijo, que no sólo fue «It Girl» sino que convirtió París en la capital mundial de la moda e impulsó notablemente la industria textil de su país de adopción. Fue ella quien por admiración, recuperó el interés por la figura de su predecesora Antonieta. A ella debemos también la inspiración de Prosper Merimée para escribir Carmen, que Bizet convertiría en la arrolladora ópera en 1875. Eugenia contó al intelectual la historia de una gitana de fuerte carácter enamorada de un soldado. La futura emperatriz creció rodeada de personalidades cultas que visitaban la casa de sus padres, y la niña Eugenia con todos conversaba y de todos aprendía.
A nivel estético, influyó tanto en las mujeres de su tiempo que incluso hizo de sus hombros lánguidamente caídos un signo de delicadeza y distinción. Como explicó Caprile, no sólo fue la mejor clienta de Charles Frederick Worth, sino que fue responsable de su éxito internacional. Como en su día se dijo de Kate Moss: «Todo lo que se pone se convierte en tendencia»
Worth fue un visionario, y el primer diseñador y empresario de la moda tal y como concebimos esa figura hoy. El inglés creó para ella un extenso guardarropa que incluía vestidos de corte para día y noche, vestidos de galas e incluso suntuosos modelos para bailes de máscaras. Eugenia puso de moda el escote para lucir los hombros, algo completamente moderno en su época pero también los puños y cuellos para montar a caballo, el uso de la redecilla en el cabello y la cola en los vestidos. Una gran innovación en la vestimenta femenina fue el miriñaque, que gracias a su estructura rígida abullonaba la falda sin necesidad de pesadas enaguas y daba libertad de movimiento a la mujer. Cuando Eugenia de Montijo hizo suyo este artilugio, las mujeres de toda Europa asumieron de inmediato el gran cambio. Como buena española, supo mezclar a la perfección lo mejor de la moda internacional con los detalles más patrios; como la redecilla en el pelo o la costumbre de lucir la mantilla de encaje de Chantilly sobre la cabeza como bien ilustraban las publicaciones femeninas de la época que recogían cada salida de la Emperatriz para sorpresa de las nobles y burguesas del momento, ávidas de seguir su estela, ¿La Carlota Carlota Casiraghi del Romanticismo?
Pero la esposa de Napoleón III fue una de las mujeres más relevantes de su tiempo. Mantuvo una actitud activa en su papel de Emperatriz llegando a ser regente de tres ocasiones. Fue mecenas de las investigaciones de Louis Pasteur que dieron lugar a la vacuna contra la rabia y también fue reconocido su apoyo a Fernando Lessepes en la construcción del Canal de Panamá. A la Caída del II Imperio, en 1870, se instaura en Francia la III República. La Familia se instala en Inglaterra, gracias a sus buenas relaciones con la Reina Victoria, que sentía un gran cariño por el único hijo de Eugenia. El destino de esta «Emperatriz de la moda» y sobre todo, inteligente mujer, está marcado por la muerte de su único heredero en la guerra de Gran Bretaña contra los zulúes en Sudáfrica, Eugenia, tras asumir la feroz noticia, acabará visitando el lugar exacto en el que cayó su hijo para cerrar el triste suceso y rezar por él. Si esto no es carácter pongamos punto y final a este relato de moda y vidas de leyenda.
Ahora, con una porción de historia bajo el brazo, me interesa volver a asuntos de estrategia de marcas, mi «París Dakar» de cada día. Las insignias de moda tienen en las “It Girls” un escaparate ambulante, un desfile constante de tendencias. Millones de personas siguen sus cuentas en las redes sociales más visuales como Instagram o Facebook y no hay “It” que no cuente con su blog donde comparte su día a día, imitando aquella existencia en Versalles donde se vivía con eterno público. Su capacidad de amalgamar lo inaccesible y lo cotidiano funciona como un tónico que revitaliza el sector.
En materia de frescura visual, The Sartorialist ha sabido sacar partido a los primeros pasos de un fotógrafo, esa excitante ansiedad de retratar el mundo en estado natural. Pero de pronto, la gente lo descubre y empieza a posar ante su cámara. Esta circunstancia, lejos de estropearle el invento le aporta un nuevo valor. Hoy millones de adeptos a la moda elegirían a Scott Schuman para su minuto de gloria. Sinceramente, me gusta, creo que aporta una visión interesante y variada de qué está pasando ahí fuera. Además se ha pasado de la moda al costumbrismo, porque la moda, en mi opinión, además de ser un juego, es actualidad, es evolución, es uno de los tantos códigos que tenemos para interpretar nuestra historia.
(*El faro de Hopper agradece a Lorenzo Caprile y al Museo del Romanticismo de Madrid la ayuda prestada para este artículo)
Bueniiiiisimo, me encanta!!!
Fantástico!.
Me permites una aportación?… A este icono de la moda, refinamiento y glamour de nuestra española Eugenia de Montijo, le debemos la internacionalización de un sencillo postre español. Cuentan las cronicas, que el banquete ofrecido al Zar Alejandro II de Rusia, durante la Exposición Universal de Paris de 1855, tenía como postre este pastel y naturalmente quedaron fascinados, tanto que cambió ligeramente su nombre a Pastel Imperial Ruso… pero con almedra española!
Qué bueno Marosa! gracias por compartir esta información, ya vamos conociendo más la fantástica Eugenia
¡Me encanta! como lo narras, Me hizo pasar un rato estupendo ¡gracias!
Me alegra mucho que te guste, gracias por tu apoyo