El pintor del cuadro quizás más icónico del arte contemporáneo, «El grito», refleja todas sus
obsesiones en los lienzos que del Oslo Musset se han trasladado temporalmente al Museo Thyssen-Bornemisza (hasta el 17 de enero de 2016)
Más allá de su famosa obra, Munch quiso plasmar en sus lienzos lo que nadie se atrevía a mirar: la angustia, la soledad o el miedo. Tuvo tantas influencias que es difícil situarle en un solo movimiento. Postimpresionista, padre del Expresionismo, fauvista, simbolista… Munch bebió de casi todas las vanguardias sin definir su trazo en ninguna. El recuerdo de Van Gogh, Cézanne o Mattisse sugiere por igual al contemplar sus obras. Todos se llevan un trozo de Edvard Munch en «Arquetipos», la muestra que acoge el Museo Thyssen.
Los personajes errantes, melancólicos, enfermos, celosos, locos o moribundos de Munch se
dan cita en un agónico escenario del que es imposible salir imperturbable. La vitalidad de su
paleta, lejos de ser un síntoma de alegría, revela la trastornada mente de un genio que vivió
entre el aislamiento y la impotencia. “No pinto lo que veo sino lo que vi”
Es la confesión de lo que pesaron sus recuerdos. Munch creció rodeado de muerte, enfermedad y locura; sus dificultades para relacionarse, especialmente con las mujeres, le hicieron merecedor de la condición de misógino; y el alcoholismo, afición que comenzó a perderle en sus treinta, le procuró depresiones y crisis nerviosas. Fruto de una de ellas surgió su obra maestra: “el grito infinito que atravesaba la naturaleza” se trazó en su mente mientras paseaba con un par de amigos.
“La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles que rodearon mi cuna y me
siguieron durante toda mi vida”, es quizás una de las mejores citas que resumen la esencia
artística y vital de un pintor atormentado por estos tres demonios, a los que él llamó
“ángeles”.
Pero lo verdaderamente interesante de la mirada que nos propone «Arquetipos» tiene que ver
más con nosotros mismos que con el propio artista. La perturbadora disección psicológica de
«Melancolía», «Celos» o «Noche de verano en Stunderlunder» traspasa el alma de Munch para llegar a la del espectador. La exposición no nos mantiene al margen. No os extrañéis si pasadas dos salas comenzáis a sentir mareos, angustia o tristeza.
La obra «munchiana» nos hace empáticos con las sensaciones y vivencias que nos traslada el artista. Como un experto cirujano Munch nos roba parte de nuestro espíritu para que lo miremos reflectado en un lienzo. Es capaz de conmovernos, hacernos reflexionar sobre el desengaño amoroso, la pérdida, la destrucción, los traumas, de ponernos al borde de nuestro precipicio mental paraluego redimirnos con motivos más esperanzadores. Él lo llamo “congelar la vida” para el espectador, e intentó mostrarlo en una serie de cuadros que nunca llegaron a exponerse como conjunto.
El artista tuvo también picos de vitalidad, como muestran las últimas salas de la muestra. Y,
sin embargo, su recuperación puso fin a su etapa de obras maestras. El mismo reconoció: “sin
el miedo y la enfermedad nunca podría haber logrado todo lo que tengo”. Su redención y
único desahogo era pintar. “Es una reacción saludable de la cual se puede aprender y según la
cual se puede vivir”.
Creo que el arte que surge del desengaño es más enigmático que el que lo
hace de la alegría. Quizás sea esta la clave para entender a Munch, más allá de su grito
( Claudia Preysler. Periodista Cultural en El Economista y Colaboradora de El faro de Hopper)
Sencillamente subjetivo y magistral. Se va dando tumbos con él en su devenir vital.
Su colorido es bello ,pero trasmite inquietud
Eso es lo que pretende, mostrar sus inquietudes y a gustias sin filtro, no busca agradar sino expresar tal y cómo el siente l vida, por eso el color también es potente, porque es otra vía de expresión
Trastorna, conmueve, seduce. Pintor del alma y de la angustia, de la soledad y la obsesión. y sin embargo atrapa como pocos. Exposición imprescindible