Lo bello de la vida -(cap 3) Creer en uno mismo – «Autorretrato, 1498» Alberto Durero

«Creer en uno mismo»  Qué difícil a veces, pero qué necesario siempre ¿Verdad?

Que merecemos respeto a nuestra integridad física y emocional está reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Sin embargo, el convencimiento para avanzar en nuestros propósitos sin perder el ánimo, la fuerza para creer en nuestro talento y  además equivocarnos y aprender,  es algo que no siempre tenemos interiorizado.

Apostar por uno mismo es un compromiso constante, tanto si eres artista, como si eres fontanero, pues la excelencia se da con igual dignidad en todos las profesiones, en todos los niveles sociales. ¿No son acaso las personas dignas las que hacen digno un propósito?

Hoy «Lo bello de la vida a través del arte» mira a los ojos a uno de los artistas con mejor autoestima de la historia, como también podríamos decir de Miguel Ángel y de Velázquez, sin duda alguna. Pero la mirada que hoy nos ocupa lleva en sí el auspicio de un rango nuevo para el pintor y para la pintura;  y mientras no podamos enfrentarnos a ella en nuestras visitas guiadas de arte, El faro de Hopper te la trae a casa.

«Autorretrato, 1498» Alberto Durero

El niño Alberto se inicia con su padre, ya famoso orfebre en Nuremberg. Este oficio le enseña a observar y a ser meticuloso en los detalles, a trabajar perfectamente concentrado, como un buen artesano.

Pero a diferencia de muchos de sus contemporáneos, que aprenden el oficio del dibujo y la pintura en talleres,  Alberto Durero crece en contacto continuo con intelectuales como Willibald Pirckheimer, del que se cuenta que con el tiempo será algo más que amigo, porque aunque Durero se casa, sus recién publicados diarios muestran que la pareja no era precisamente feliz a la vez que alumbran su tendencia bisexual.

Al margen de su vida íntima, para poder encontrar en esta obra a la personalidad más  relevante del Renacimiento alemán, para conocer al hombre que fusionó la sensibilidad italiana y la del norte de Europa; tendríamos que fijarnos en detalles físicos y materiales.

Me refiero al cabello, a la mirada, a las manos y por supuesto al tamaño de la obra; Porque este pequeño autorretrato representa una declaración de intenciones que eleva de artesanos a artistas no solo a quién lo pinta sino a todas todas las generaciones de pintores que vendrán después.

Sin más, te dejo con él, y enseguida te doy más detalles.

«Autorretrato, 1498» Alberto Durero. Museo Nacional del Prado

Con este elegantísimo autorretrato Durero se presente en base a dos consideraciones;

La primera: Como se ve y se considera a sí mismo

La segunda: Como cree que merece ser visto y considerado por los demás

Con exquisita caligrafía lo escribe el propio pintor en el alféizar de la ventana, y cada vez que lo leo me parece poder escuchar su varonil y resuelta voz diciéndomelo al oído…

«1498, lo pinté según mi figura, tenía 26 años»  

Seguido de su nombre, Alberto Durero, y del anagrama que utiliza como preciosa firma.

Con este autorretrato, de los primeros documentados del arte occidental, Durero se convierte a sí mismo en emblema de su trabajo y en bandera de sus intenciones.

De este modo, Durero quiere demostrar su convencimiento de que aquel que crea belleza con sus manos no es solo solo un artesano, sino un intelectual y por tanto un caballero, por hacer precisamente de sus manos un divino instrumento para expresar lo sublime que habita en su cabeza, lo que su alma siente cuando experimenta el mundo; el paisaje, el amor, la filosofía, la ciencia y la vida en sociedad.

-¿Quién creéis que es? – Pregunto a los niños en nuestras visitas guiadas de arte

-¡Un príncipe! – contestan convencidos…Ellos captan al vuelo lo que Durero les está explicando desde su pequeña habitación con vistas a un paisaje indefinido.

Así, como un gentiluomo, Durero ocupa todo el espacio pictórico, presentándose ya como un ser humano fuerte y aferrado a la tierra que pisan sus pies, sin temores, sin dudas. Ser el dueño absoluto del lienzo, espacio que estaba reservado para lo sublime, supone una afirmación de su gran conciencia de sí mismo como un hombre y como pintor, como creador.

Paseo la vista por su noble figura.

Me fijo en la textura de su cabello, en los rizos posándose suavemente en sus hombros. Se que Durero es consciente de su atractivo físico y su gesto en la boca, ligeramente apretada, acompañado de su mirada que clava en mí, me indican que no tiene reparo en ser protagonista, al contrario, disfruta de que le mire.

Yo también en mi resignado encierro de estos días, querría poder ponerme su capa, con ese cordón de pasamanería cruzando el pecho.  Y probarme su jubón de algodón puro y su camisa  de finísimos plisados con cenefa bordada con hilo de oro. Y por supuesto su sombrero de fieltro con borla.

En esta obra, nada es más importante que el propio artista; que se enmarca a sí mismo  para ser reconocido en su tiempo y para perdurar en el futuro. Su codo se apoya en el mismo límite del cuadro, en una postura conocida como «codo de poder»  históricamente reservada a los retratos de las clases privilegiadas.

Los guantes de piel de cabritilla, tan sutiles que dejan ver las forma de las uñas, esconden y muestran. Debajo están las manos  curtidas de un artesano, de un grabador excepcional con el buril y la plancha. Pero sin embargo, esos guantes también nos muestran la elevada posición social y económica del artista que se atrevió a retratarse como un noble, como un autentico principie del Renacimiento del que él es precisamente el impulsor.

Cuando Durero realizó este autorretrato ya había viajado y trabajado en Italia en dos ocasiones, y su contacto con Giovanni Bellini,  estimuló su interés por el color y por alejarse ligeramente de su tendencia a reproducir la realidad. Tras su estancia en Italia,  Durero se convierte en un maestro en eso de combinar la sobriedad  de la reproducción fidedigna de la realidad y la elegancia de un halo de misterio sugerido, tan propio de la pintura de la Escuela Veneciana.

«Qué sea o no sea la belleza, lo ignoro. Nadie puede saberlo sino Dios» (Alberto Durero)

Ahora que autorretratarse compulsivamente  es un signo de nuestro tiempo, encuentro en instagram multitud de retratos cuyas intenciones no me quedan claras. Algunos lejos de comunicarme algo genuino, parecen más que un retrato una mera caricatura de su dueño. Me pregunto si no nos estaremos mostrando demasiado pero sin aportar gran cosa…yo me conformaría con ser útil, a alguien, con alegrarle un momento.

A la edad de 13 años, Alberto Durero se retrató a sí mismo con la dificilísima técnica de la punta de plata, que no se puede corregir, lo que requería gran destreza técnica como dibujante y confianza en cada trazo. Esto me hace pensar en que el mejor legado que podemos hacer a un niño es ayudarle a creer en sí mismo, a respetarse y respetar a los demás. Porque la autoestima es, sin duda, el inicio de todas las creaciones importantes, de toda la generosidad y talento que hace avanzar nuestro mundo.

Un abrazo desde El faro de Hopper

Si te quieres entretener con los dos primeros capítulos de «Lo bello de la vida a través del arte» aquí te los dejo:

Capítulo 1: Amanecer con #Monet

Capítulo 2: Tarde de piscina con #RobertDoisneau 

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